Voy a contar mi experiencia, triste, como militante de base de UPyD. La necesidad de un partido político que fuera más allá y más acá del PSOE y PP, amén del desapego nacionalista, hizo que la aparición en escena de un nuevo partido, UPyD encabezado por Rosa Díez fuera una tercera vía en las agotadas aguas de la política nacional.
En Cataluña la onda nacionalista es imparable. Las lecciones de CiU han sido un buen ejemplo de lo que había que hacer. Los partidos de izquierda –sea eso lo que fuere- han hecho bandera del nacionalismo. El tripartito ha sido el resultado de haber comprendido que los agravios pasados y futuros son un excelente combustible para ganar elecciones.
Es verdad que Cataluña tiene un papel importante en el escenario político nacional. CiU ha sido un partido que ha dado estabilidad a los gobiernos del PSOE y el PP en Madrid. Todos alababan la centralidad de un partido que ofrecía –a cambio de trasferencias- estabilidad en la acción parlamentaria.
CiU era expresión de nacionalismo centrado, más allá de los excesos verbales inevitables en la contienda política y para el consumo interno. Cuando los partidos mayoritarios ganaban por mayorías absolutas aparecía cierto ramalazo antinacionalista que les hacía perder de vista que más tarde o más temprano habría que volver a ellos.
No sé si Rosa Díez mide el nacionalismo desde la óptica vasca. Si es así, es evidente que en Cataluña la dinámica ha sido afortunadamente muy diferente. El “oasis catalán” ha sido una expresión que se ha utilizado de forma ambigua para criticar una forma de hacer que en ese Madrid pequeño de la política entendida como destrucción del adversario, se advertía como una amenaza a su discurso de una España que se va a pique.
Como en el título de Carmen Iglesias, “No siempre lo peor es cierto”, los discursos antinacionalistas hacen de espejo al nacionalista. Los medios de comunicación y sus extensiones en las tertulias radiofónicas anuncian catástrofes de todo orden para la convivencia. El sentimiento de pertenencia es natural. El excluyente no lo es. ¿Cómo saber que estamos hablando de inclusión o exclusión?. La cuestión es central, pero el ruido mediático, judicial y político, hacen difícil poner serenidad en estas cuestiones que se viven con visceralidad.
Como ciudadano me siento catalán, pero también me siento español. Decía I.Werth que los españoles tenemos “ anemia patriótica”. Es verdad. No se ha sabido por ningún gobierno central utilizar los símbolos nacionales para crear un mínimo común de identidad nacional. En cambio, los nacionalistas en esto han sido verdaderos maestros en crear símbolos y adhesiones. Pienso en Estados Unidos, que a pesar de tener un estado federal con banderas propias y leyes propias, en cambio, todos se sienten solidarios de una bandera que los une a todos. Lo que importa es el sentimiento de formar parte de una colectividad que asumimos nuestras diferencias pero que nos une una historia, unas tradiciones y una cultura que además se mezcla con la de la propia historia de nuestras tierras. Yo quiero ser ciudadano de ambas, no quiere escoger una para repudiar otra. Porque lo que importa no es el pasado, el nacionalismo ha utilizado el pasado como origen de agravios reales y ficticios, es hora de mirar al presente y especialmente al futuro. Como ciudadanos de un estado integrado en la Unión Europea, aspiramos a una sociedad más democrática, más justa y solidaria. ¿Es verosímil que en Cataluña aspire a un estado independiente? Las dificultades que pasa el trámite del Estatut de Catalunya refrendado por la ciudadanía, ¿puede suponer el inicio de una dinámica de carácter independentista? La respuesta no está escrita. La sociedad catalana, a pesar de todos los tópicos es muy plural, pero no sería descartable que desde el discurso nacionalista y apoyándose en una cierta percepción que lo poderes centrales se menosprecia las exigencias catalanas, pudiera provocar una desafección mucho más honda con relación a España.
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