Hoy en la pregunta que realiza cada día el espacio de TV3 Els Matins, preguntaban si había que flexibilizar los horarios de trabajo para que los trabajadores de origen musulmán pudiesen seguir sus preceptos religiosos. La pregunta es pertinente. La respuesta que daba por ejemplo, el Sr. Saura, Conseller d'Interior es un clásico en su repertorio, decía que había que flexibilizar el horario de trabajo para permitir la práctica religiosa. ¡Amén!
Vivimos tiempos confusos. En una sociedad laica la pregunta es superflua. Los preceptos religiosos son un asunto particular. Eso quiere decir que si en una empresa los trabajadores y el empresario se ponen de acuerdo para gestionarlo - el Ramadán-, problema resuelto; pero no parece lógico que desde la religión -la que sea- se pretenda imponer sus preceptos. Desde la modernidad se ha batallado para establecer la separación entre Estado e Iglesia, así que a estas alturas del siglo XXI todo lo que signifique un acomodo para no violentar a una comunidad que tiene costumbres diferentes y una religión que pretende borrar las diferencias que desde la modernidad se ha conseguido no sin grandes esfuerzos, resulta intolerable.
Seguramente, en Arabia Saudí, la teocracia por excelencia, el Ramadán debe ser seguido a pies juntillas. So pena de castigos corporales severos. Pero en nuestras sociedades, quien quiera seguirla debe hacerlo en el ámbito estricto de su privacidad, pero no pueda haber atisbo de comprensión ni "flexibilidad", bonito eufemismo, para que las practicas religiosas se infiltren en nuestras sociedades.
Vivimos afortunadamente en una sociedad laica, a pesar de los esfuerzos de la iglesia católica, si por ella fuese sería obligatorio asistir a misa cada día, pero como eso está superado, ahora sólo faltaría que por la vía de la emigración, y por un "plus" de tolerancia se pretendiera que determinadas prácticas se "protegieran" en aras de la convivencia. ¿Alguien cree que sucedería lo mismo en países como Arabia Saudí? Dice el refrán: "Allí donde estuvieses haz lo que vieres". Musulmán, católico o lo que sea, pueden ejercer su derecho particular a creer en el dios que mejor les complazca, pero su prácticas en la esfera de lo público deben quedar fuera de juego. Lo contrario sería echar por tierra lo que con tanto esfuerzo se ha construido para que tanto los que son creyentes como los que no puedan cada uno buscar su propio camino. Y la experiencia histórica nos dice que una sociedad democrática y laica es la única que garantiza la libertad para creer o no creer en Dios.
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