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¿La última trinchera: Pedralbes?

La crisis económica sigue desplegando sus largas alas para dar cabida a todos. En Cataluña se escenifica hoy, una reunión para consensuar –si eso es posible- medidas anticrisis. Adiós al estado del bienestar. Adiós al parlamentarismo. Ahora los debates políticos se alejan del parlamento. No deja de ser una metáfora que el escenario para debatir la crisis sea en Pedralbes. Allí la crisis debe ser devastadora. La crisis sistémica –globalización- que padecemos nos manda la no muy atractiva idea que hay que desmantelar lo que desde la postguerra se denomino el estado de bienestar. Los gobiernos se esfuerzan sin decirnos el porqué de ese desmantelamiento. ¿Acaso no hay otras alternativas a la nueva ola neoliberal? Se afirma que vivimos por encima de nuestras posibilidades. Que han aparecido nuevos agentes en el ámbito internacional: China, India, Brasil, etc., quieren participar de los recursos que anteriormente disfrutábamos en los países occidentales. Ahora toca redistribuir, nos dicen. El nivel de consumo en EE.UU es tan extraordinario que si todos los habitantes del planeta tuvieran ese nivel, necesitaría siete planetas Tierra para poder ofrecer dicho nivel, y eso obviamente es imposible. Pero ¿quién parece estar al margen de todo esto? Los mercados financieros han recibido unas transferencias astronómicas desde los Estados que hacen ahora, que estos mismos Estados se vean con serias dificultades para sostener su equilibrio financiero que pone en peligro los servicios básicos como sanidad, educación, etc.,.


La redistribución en un orden global supone retos sin precedentes. La idea que Occidente ha tenido es que el orden del mundo tenía como consecuencia el milagroso resultado de beneficiar a las economías occidentales. La pobreza generalizada en los países subdesarrollados era la condición para el bienestar de las sociedades democráticas occidentales. Juego de suma cero, si yo gano tu pierdes. La globalización parece indicar que ese status quo está finalizando. Nuevos jugadores aparecen en el escenario y repartir supone tener menos. ¿Cómo conciliar el mantenimiento de los niveles de bienestar nuestros y los que aspiran a incrementarlos?


He vivido en la España de los sesenta donde la precariedad en todos los órdenes de la vida era muy grande. He visto aumentar lentamente el bienestar de nuestra sociedad hasta convertirnos en nuevos ricos. En ese pasado reciente tuve familia que emigro a Europa. Y hoy somos nosotros receptores de emigración. Mi propia familia vino de Andalucía para buscar oportunidades en Cataluña a finales de la década de los cincuenta. Sé por experiencia lo que es apretarse el cinturón.



La idea de una sociedad más justa y equitativa pasó a ser en el discurso político –democrático- un objetivo en la agenda colectiva. La sociedad española aspiraba a los niveles de vida de los países de nuestro entorno. La entrada en la UE fue el paso decisivo para entrar en ella y ser europeos. Vivimos décadas prodigiosas. Pero nuestros políticos no supieron crear un tejido sólido en el ámbito económico, cultural y social . Nos deslizamos hacia el sector servicios. Hemos derrochado y malgastado. Todos nos hemos beneficiado del dinero fácil del acceso a un consumismo desaforado. Los bancos han jugado un papel crucial en todo este proceso. La propaganda oficial y privada nos habían dicho hasta la saciedad que nuestras entidades financieras eran solventes. Pero en los últimos tiempos parece que esa solvencia se ha puesto en entredicho. Un síntoma es la unificación de Cajas de Ahorro. El boom inmobiliario cogió a todas las entidades a contrapié. Nadie ha tomado la decisión de poner en los balances la pérdida de valor de esos activos que se han convertido en tóxicos. De momento, los bancos maquillan resultados porque el parque inmobiliario lo mantienen artificialmente. No ha habido una bajada significativa en el precio de la vivienda. Ha habido una bajada del orden del 15 al 25% del precio anterior al boom. Nadie ha asumido responsabilidades. Pero a falta de éstas, lo que sí ha habido es trasladar la factura a la sociedad, y en especial, a las rentas del trabajo.


Los gobiernos español y ahora el catalán, quieren que nos apretemos el cinturón. Medidas antisociales como elevar las pensiones, ¿tiene sentido pasar de 15 años de cotización a 35 años sin solución de continuidad? En una sociedad donde el paro castiga a los jóvenes y a los mayores de 47, ¿cómo se puede explicar el aumento en la edad de jubilación? Recortes en educación, distribuidos de forma muy aleatoria, hay centros de enseñanza pública –Cataluña- que el recorte va de un 9% a un 29%. Medidas drásticas en sanidad, lo que obligará a ralentizar las listas de espera y el retraso de nuevas inversiones. Y todo ello fuera del espacio político, es decir, en sede parlamentaria. ¿No están nuestros políticos para hacer política? ¿O es por qué no pueden hacer nada, o bien la economía ha colonizado la política y con ella la responsabilidad, trasladando las responsabilidades a esferas irresponsables como el mercado?. Se nos dice que estas mesas de negociación pretenden que sea la sociedad civil –sea eso lo que se quiera entender-, quienes tomen conciencia de las dificultades y que busquen soluciones. ¿Pero entonces qué sentido tienen nuestros representantes políticos? ¿Son acaso los políticos meros administradores de los intereses del mercado?


Transcribo un fragmento que por su interés no me puedo estar en reproducirlo:

“ Durante cada crisis comercial, se destruyen sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso que las mismas fuerzas productivas ya creadas. Y todo eso, ¿ por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya al desarrollo de la civilización burguesa y de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía?. De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace entonces?. Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas." (K.Marx)

El texto presenta quien quiera leerlo sin prejuicios como un excelente ejercicio de prognosis del sistema capitalista. El último párrafo, parece un diagnóstico acertado sobre lo que sucede actualmente. Es cierto que no todos los países sufren por igual esta crisis. Sin embargo,  es llamativo que sea Europa quien se está llevando una parte importante de esta crisis. ¿Quiere decir que está surgiendo una nueva clase social? A través de esta crisis se nos está diciendo que es imprescindible un nuevo sistema productivo. Se ha destruido tejido productivo. Como nos dice en el texto, la aparición de nuevos mercados es condición imprescindible para salir de la crisis. China y la India son dos mercados gigantescos. ¿Podemos suponer que estos mercados, a su vez, entren en crisis? ¿Qué consecuencias tendrían para el resto de mercados? Quedan por explotar nuevos yacimientos. África es la gran reserva a largo plazo. América latina es ya un mercado en vías de explotación. Productos globales, políticas económicas a escala global y beneficios privados que aparecen en cualquier rincón del planeta, gracias a los mecanismos de las instituciones financieras. ¿Qué nos queda a los ciudadanos? No podemos seguir con la idea del ciudadano libre de su destino, porque eso es simplemente falso. Se requiere que ese ciudadano se una a otros para obligar a aquellos que nos representan a realizar otra política que sirva a los ciudadanos y no a esos mercados que son anónimos y que buscan exclusivamente su propio beneficio a expensas de los demás.

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