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¡Los catalanes no somos simpáticos!





La encuesta del CEO, nos dice que los catalanes no caemos demasiado bien. No dice que somos antipáticos, porque entonces hubiéramos debido suspender. Desde esa perspectiva, habría que ser optimista. Estamos los últimos (5,98), melillenses y ceutíes, están por encima nuestro en grado de simpatía. No sé que pensar de este dato, por encima de ellos se encuentran los vascos con un 6,84 muy cercano al notable. 

Desde Cataluña, la percepción de las diferentes CCAA es bastante homogéna. Destacan asturianos, navarros, vascos y las islas baleares. El resto se mueven con un bien. ¿Por qué esa diferencia en la valoración? Cada etapa histórica tiene sus propio movimientos sociales, sus filias y fobias. Los tópicos son resistentes al cambio. Es una cuestión de psicología social. Los mensajes tóxicos hacen mella de manera difusa. En lo alto del ranking están los andaluces. Un tópico que se mantiene. Durante las décadas de los sesenta y setenta una oleada de migración llegó a Cataluña. Se necesitaba mano de obra. El régimen comprendió que era una manera de sofocar dos problemas: uno el descontento social, con la marcha de cientos de miles de migrantes de Andalucía, Extremadura, Murcia, etc., solventaban la falta de trabajo endémico por culpa de la estructura de la tierra –latifundismo-. El segundo, problema era la identidad de Cataluña. El régimen debió de pensar que esa afluencia de la migración desdibujaría a Cataluña. El régimen se equívoco. 

Los que hemos vivido estos procesos sabemos que la integración se hizo con fluctuaciones, con dificultades. Nada es fácil. Sin embargo, la integración se hizo paulatina. El advenimiento de la democracia supuso una vuelta de tuerca en este proceso. El catalán, la lengua autóctona, estaba en situación delicada, debido el régimen franquista. No se toleraba en las instituciones de carácter oficial. En Cataluña no se siguió el modelo vasco. Dos vías de acceso de la enseñanza, en vasco –ikastolas- y en castellano. En Cataluña se opto por todas las fuerzas políticas del momento, por la inmersión lingüística que permitía y permite que el alumnado sepa catalán y castellano. Curiosamente, ahora, se pone está cuestión con argumentos de fake news. 

Los procesos migratorios ya no son como los de las décadas de los sesenta y setenta. Varios factores han cambiado. En primer lugar, la nueva migración viene de fuera del territorio nacional.



La crisis del 2008 hizo que los flujos migratorios se fueran reduciendo de manera drástica. Especialmente, los países sudamericanos, con la excepción de Venezuela, por motivos políticos.  Un 20% ha sido la caída de la emigración desde el 2011 hasta el 2017. Los marroquíes son la primera población emigrante con 769.050, seguida de rumanos. Los ejercicios xenófobos a lo que los partidos políticos son tan aficionados, descansan, no en los datos, sino en los miedos y fobias que destilan sus discursos y los medios de comunicación afines.

El problema de la emigración, no es un problema particular de un país. Es un problema de la UE, pero que por su miopía y oportunismo políticos deja que cada país resuelva el asunto con su propio talante. Además, la UE soborna  a Turquía y Libia, con dinero de todos, para que hagan el trabajo sucio de impedir que alcancen territorio europeo. Europa se ha convertido en una fortaleza. Nadie quiere migrantes pobres. Sólo se aceptan a los ricos. 

¿Cómo se gestiona la emigración actualmente si las reglas de antaño han cambiado? Las reglas eran integrarse en la sociedad de acogida. Nuestros vecinos, se iban al pueblo en el verano. Volvían a casa después de quince días. Muchos, la familia y parientes también habían emigrado a Cataluña, así que no tenía ningún sentido volver a las raíces de las que se huyó. En esa época, de la década de los ochenta y noventa, el estado del bienestar se consolidaba. La educación era el gran motor del ascensor social. Había confianza en que los hijos vivirían mejor que los padres. El catalán se aceptaba, cualquiera decía “bon dia” a su vecino. El catalán era una herramienta del ascensor social. Además tenía un plus, con respecto al euskera, era muy fácil de aprender. 

Una nueva migración, no tiene las mismas perspectivas que las anteriores oledas. La precariedad laboral, que ha expulsado a una enorme cantidad de migrantes a sus países de origen, junto con las facilidades de transporte, hacen que no se tenga claro la necesidad de instalarse definitivamente. Hay una especie de situación provisional generalizada que erosiona el enraizamiento de las poblaciones de acogida. Si el presidente de MWC - Mobile World Congress- no habla una palabra que no sea el inglés -a pesar de llevar más de diez años en Cataluña-, ¿por qué pedirle a los migrantes que hagan el esfuerzo de integrarse? No conviene generalizar. Hay una casuística enorme. Lo que importa son las tendencias de fondo. La sabiduría popular decía que “allí donde estuvieres haz lo que vieres”, es una máxima que parece que no se aplica a muchos de los que vienen de fuera. El multiculturalismo como opción ideológica, resulta atractiva, pero en el fondo guarda un mensaje muy ambiguo: separados y no mezclados. Es desde esa perspectiva que resulta llamativo que los partidos que cultivan la catalanofobia, impugnen las normas básicas de la legislación catalana en un tema como la lengua. Se habla del peligro del castellano. Hay que tener muy mala fe para decirlo tranquilamente. En el contexto actual, cualquier arma arrojadiza contra Cataluña se ve desde la comprensión a la exaltación. Una parte de la izquierda que cultiva el buenismo ciego, piensa que los emigrantes son geniales y amplía nuestros horizontes. La emigración es un problema, porque tiene una multitud de facetas que se tendría que hablar serenamente. Nuestra sociedad antes de la crisis del 2008 necesitaba mano de obra, especialmente, en la construcción  y el sector servicios. Ninguna preparación se requería más  allá de la práctica. 

Rota la burbuja, esos nuevos emigrantes, fueron expulsados por falta de empleos. Viajes de ida y vuelta. Cicatrices en la autoestima de miles de personas. España que fue un país de emigrantes, la desmemoria no tiene límites, ahora resultaba un lugar atractivo para trabajar. Los salarios bajaron. Los precios de las viviendas, mientras duró la burbuja subieron estratosféricamente. Mientras el Banco de España, decía que todo estaba bien. ¡Mentira!

La crisis ha dejado posos de rencor y agravios. Los partidos de la derecha por acción y la izquierda por omisión, han alimentado un encono contra el fenómeno de la migración. Vox es el ejemplo de lo que  he explicado. El PP o Cs había jugado a ese descrédito de los que han venido de fuera. Usar y tirar era el lema de lo que ha pasado aquí. 

Durante cuarenta años de democracia hemos podido avanzar, a pesar de los lastres profundos que se habían impuesto en la Transición. Pasamos de un país pobre y con una bajísima autoestima, a un país moderno, en lo epidérmico. Las instituciones políticas no hicieron la pedagogía necesaria para exaltar la diversidad y la diferencia en todo el territorio nacional. Se quiso inmediatamente, el café para todos. Que una CCAA haya solicitado que quiere un referéndum para saber  que opina la ciudadanía sobre si quedarse dentro del entramado constitucional de 1978 o salirse de la estructura del estado para formar una república, era y es algo impensable. Me siento con derecho a reivindicar la existencia de una república catalana. No es en Ceuta o Extremadura donde vivo. Lo que hagan me parece bien, si ese es su deseo. Pero no puedo aceptar que sea desde fuera que me digan lo que más me conviene a mí. Somos un pueblo maduro con políticos muy cortos, exactamente sucede con lo que están en las instituciones nacionales. 

Elegir camino. Después del 1-O del 2017, me siento desvinculado moralmente, para seguir ese proyecto que se llama España. ¡Es posible que me equivoque? La respuesta es que sí. Puedo equivocarme. Gestionar la diversidad es algo que hacemos mucho mejor en Cataluña –el flujo migratorio ha sido más elevado que en otras zonas de España-. Precisamente, llegar a ser vecinos, incluso podría elevarnos la nota que los españoles tienen de Cataluña. ¡De hecho, el resto de España ve Cataluña desde el prisma de otra nación!


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