El gobierno en su lucha contra los males de la crisis ha establecido una amnistía fiscal, para aflorar hasta 25.000 millones de euros defraudados a Hacienda. El Gobierno perdonaría los impuestos y las multas y recaudaría solo el 10% de ese capital blanqueado, 2.500 millones. ¡Los del PP si saben cuidar a sus amigos! Los recortes del gobierno resultar ser lo que falta por aflorar de esa economía que no paga a Hacienda. Se decía que Hacienda somos todos, falso. Unos más que otros. Los asalariados somos los que cargamos con todo el peso de la crisis. El perdón fiscal es absolutamente injusto y nos obliga a preguntarnos ¿por qué tengo que ser el único que contribuye a las cargas del Estado? Mientras exista esta diferenciación entre riquísimos y los demás, los gobiernos parecen más interesados por cuidar de esos ciudadanos delincuentes, que no rompen cristales, pero que dejan a la intemperie a cientos de ciudadanos al no pagar los impuestos que ayudarían a la sanidad, educación y los recortes sociales.
Rajoy dijo, cuando el anterior gobierno de Zapatero quiso hacer los mismo, que era una “ocurrencia”. Es más la campeona de moralidad política, la Sra. Cospedal dijo: “Es impresentable que se dé una amnistía fiscal a aquellos que hayan defraudado a Hacienda”. Ahora, lo que pretenden hacer es correcto, simplemente, porque lo hacen ellos. Con la amnistía fiscal, el Estado abandona el 90% de lo defraudado a los bolsillos de los delincuentes fiscales. ¡Cómo se puede pedir ajustes desmedidos, cuando se perdonan aquello a lo que están obligados! El gobierno es duro con las clases más desfavorecidas, pero resulta ser muy flexibles con los poderosos. Decía Marx que el Estado (burgués) no es más que "una comisión administradora de los negocios comunes de toda la clase burguesa”. El tiempo de Marx es muy diferentes al mundo actual. Sin embargo, hay un sentimiento que desde la caída del Muro de Berlín (1989) el capitalismo financiero –global- parece haber cerrado el contrato social –implícito- que nació después de la Segunda Guerra Mundial (1945) y que permitió una voz y salida (A.Hirschman) a la clase trabajadora, por temor que esa clase se escorase hacia la destrucción del capitalismo. Eliminado el enemigo –comunismo- el capitalismo global parece que no tiene inconveniente en destruir lo construido en aras de una hegemonía absoluta global.
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