I
En otros tiempos (años 60,70), el día 18 de julio era el día en que se iniciaban las vacaciones. Quince días era el pago por la complicidad de la sociedad española a la dictadura. Estamos en 2018, y aún no hemos superado, el franquismo.
El franquismo hizo de la necesidad virtud. La continuidad del régimen estaba en manos de Carrero Blanco. Su asesinato a manos de ETA, hizo cambiar la estrategia. Se esperaba que la Monarquía fuese continuadora del régimen. Hay que recordar que se juraron Principios del Movimiento, del antiguo régimen, para acceder a la Monarquía. La muerte del dictador en la cama, después de una agonía innecesaria, llevó a lo inevitable. No podía seguir el régimen tal como se imaginaban sus representantes más autorizados y cerriles. Desde el propio régimen se trató de llevar un cambio. El resultado fue la Transición.
Después del desierto del franquismo, la Transición era la nueva tierra prometida. La eclosión de los partidos políticos, unos recién estrenados, UCD y otros como el PCE que había luchado en la clandestinidad, con un altísimo coste personal, o el PSOE, crearon nuevas ilusiones.
La Transición fue un pacto, los partidos de izquierdas entraban en el juego político, mientras que el franquismo sociológico y sus estructuras se mantenían incólumes. Cuando el PSOE alcanzó el poder en 1982, la ilusión del cambio de régimen parecía inminente. Sin embargo, el respaldo electoral que fue inmenso, tuvo consecuencias en las estructuras básicas del estado de poco calado. Sí hubo cambios, pero los límites estaban presentes: Patria, Rey y Capital se convirtieron en los pilares inamovibles de la nueva Constitución.
El “problema catalán” ha puesto en cuestión esa tríada sagrada. “El procés” catalán, ha exacerbado a los defensores de esa tríada. Cataluña, desde la Transición fue gobernada por CiU, un partido catalanista, y de centro derecha, cuyo líder, Jordi Pujol ha sido la figura indiscutible durante más de veinticinco años. CiU dio apoyos en Madrid al PSOE y al PP. Eran los “buenos tiempos”, como se decía con un tono despectivo, el “oasis catalán”. CiU aspiraba legítimamente ha recibir una parte del pastel. Tenía la impresión que cuando se repartía la porción que le dejaban -el Estado- era inferior a lo que se esperaba. Una visión que en tiempo de bonanza económica podía disimularse. El “peix al cove” [sinónimo de la expresión vale más pájaro en mano que ciento volado] era la expresión política que se acuño para explicar la relación con el Estado. Cuando los gobiernos centrales tenían mayorías absolutas, CiU era denostado y ridiculizado. Sin embargo, CiU sabía que siempre necesitarían un aliado. La estructura electoral hacía imposible salirse del bipartidismo en España, mientras que el PNB en el País Vasco y CiU en Cataluña eran los avaladores interesados.
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